D. DEL CLERO

“Cada quien es formador de sí mismo: baja los brazos y pierdes tú y tu pueblo” (cfr. Ex 17,11)

La vocación sacerdotal es un don divino, santo y santificador que muy a pesar de nuestra pequeñez y
limitaciones, el Señor Dios nos comparte sin restricción ninguna confiando plenamente en nosotros. Nos
identifica sacramentalmente con Cristo Sumo y Eterno sacerdote, insertándonos en el misterio trinitario, a través del misterio del hijo de Dios hecho hombre y en comunión ministerial con la Iglesia.

Como sacerdotes desempeñamos la caridad pastoral de Cristo, que viene a ser el principio vital de
nuestra existencia y la virtud que nos guía y nos anima. Es don gratuito del Espíritu de Dios y al mismo tiempo es deber y llamada que pide respuesta libre y responsable.

Cada sacerdote es único como persona y así nos toma el Señor, con nuestra propia manera de ser, como
únicos e insustituibles, de modo tal que Dios no borra la personalidad del sacerdote, sino que la requiere y la integra mientras que el sacerdote desarrolle las virtudes; Dios con su gracia edificará sobre esa naturaleza, y así el sacerdote podrá transmitir las verdades más profundas y preciosas por sus características tan únicas y especiales, que el mismo Dios respeta y todos los demás debemos respetar.

Precisamente en esto se ve y se constata la necesidad de la formación permanente del sacerdote, ser
humano y perfectible, en él se presenta un margen de actuación compartida con Dios para el esfuerzo constante y la practica permanente de las virtudes, que requiere el cuidado personal y comunitario, hasta vernos cada uno y todos como Cristo.

Por tanto esta dimensión llamada también de formación permanente o de pastoral sacerdotal, busca
ofrecer todos los elementos posibles para el desarrollo pleno y armónico de la persona del sacerdote, con el fin de que pueda vivir de manera plena su ministerio como pastor y pueda alcanzar la santidad.

Trata de integrar todos los organismos, actividades y recursos que buscan acompañar y sostener a los
sacerdotes de la Diócesis de Irapuato en su ministerio. De manera que entendemos toda actividad humana,
espiritual, apostólica, de fraternidad, de salud, de trabajo por generaciones, bajo el concepto de formación
permanente o dimensión del clero.